Lo importante a la hora de tomar decisiones es que las tomemos con la información adecuada. A priori es una afirmación con la que todos estaríamos de acuerdo, pero hay que añadir que un adecuado control de nuestras emociones es fundamental para tomar decisiones más acertadas.

Debemos tener en cuenta los mecanismos psicológicos que intervienen a la hora de tomar decisiones, los procesos mentales que seguimos y qué sesgos pueden influirnos.

Según Kahneman las personas operamos bajo dos sistemas de pensamiento:

Sistema implícito: que nos permite realizar tareas sencillas (comprar el pan) y rutinarias sin dedicar esfuerzo y es el que guía la mayor parte de los actos cotidianos que realizamos.

La base del sistema es asociar la nueva información que captamos con otros patrones que ya poseemos, en vez de crear nuevos patrones para una nueva experiencia.

Funciona con la ley del mínimo esfuerzo y es intuitivo, emocional y subconsciente, las decisiones que tomamos a través del sistema implícito se ven condicionadas por muchos sesgos cognitivos.

Sistema explícito: nos permite realizar tareas complejas (aprender a leer) y solo se pone en marcha cuando es necesario, a diferencia del sistema implícito que está en continuo funcionamiento.

El sistema explícito requiere más esfuerzo y es más lento, lógico y reflexivo que el sistema implícito.

Ambos sistemas están en continua comunicación y se encuentran implicados en la diaria toma de decisiones.

¿CÓMO TOMAMOS LAS DECISIONES EN NUESTRO DÍA A DÍA?

La toma de decisiones es continua en nuestra vida diaria, desde las más triviales a las más decisivas para nuestro futuro, como por ejemplo decidir qué zapatos nos pondremos para ir a trabajar o qué carrera estudiar.

Nuestro cerebro debe tomar atajos mentales para afrontar las continuas decisiones a las que se enfrenta. Los atajos mentales, también llamados heurísticos, han sido estudiados por diversos psicólogos como Kahneman y Tversky y ayudan a simplificar la desbordante cantidad de procesos mentales que desarrollamos cada día.

El “truco” de nuestro cerebro para ahorrar energía sin racionalizar cada una de las elecciones que realiza hace que tomemos decisiones de forma más intuitiva que lógica. El efecto psicológico que produce una interpretación ilógica de la información de la que disponemos se denomina sesgo cognitivo.

ALGUNOS SESGOS COGNITIVOS QUE CONDICIONAN NUESTRAS FINANZAS

Sesgo del presente

¿Por qué nos cuesta tanto ahorrar?, el sesgo del presente es el responsable de que busquemos una recompensa rápida frente a otra a largo plazo, aunque la segunda sea más beneficiosa.

Por ejemplo, sé que tengo que ahorrar, que hoy en día es importante para poder tener un respaldo económico en el futuro. Sin embargo, esa obra de teatro que por fin llega a mi ciudad, ese fantástico móvil que me ofrece mi compañía de telefonía con una oferta irrenunciable o esa escapada de fin de semana con amigos… Podría escoger cualquiera de esos premios que me merezco por trabajar sin descanso y cuidar de mi familia.

Siempre puedo encontrar un motivo más que suficiente para gastar en vez de ahorrar, o para comerme ese trozo de tarta cuando me he propuesto comer menos azúcar y más fruta y verdura.

Sesgo del optimismo

Pensamos que necesitaremos menos, este es uno de los sesgos más peligrosos para la previsión económica y el ahorro para tu jubilación, hace que creas que no necesitarás tanto y que tendrás una gran pensión pública. ¿Cuál es la decisión? Esperar un poco más para empezar a ahorrar e ir aplazando esa decisión hasta que resulta difícil consolidar suficiente patrimonio para garantizar una jubilación sin carencias.

Sesgo de la ilusión de control

¿De verdad crees que puedes tener control sobre lo que ocurre en los mercados? Sé que los mercados son volátiles, pero mantendrá la inversión mientras suben y sabré salir en el momento adecuado… Esa ilusión hace que asumamos mayores riesgos de lo que pensamos al decidir dónde depositar nuestros ahorros, o que no diversifiquemos de forma adecuada.

Sesgo del status quo

Las cosas están bien como están, la famosa zona de confort que nos empuja a mantener las cosas como están sin analizar si hay beneficio en hacerlo así.

Ya tomaste una decisión en cuanto a tu vehículo de ahorro, pero han cambiado tus necesidades familiares o fiscales y sin embargo cuesta mucho revisar esa decisión.

Hemos dejado para el final el sesgo con el que tenemos que luchar día a día a la hora de gestionar nuestra percepción de los gastos:

El sesgo del efecto encuadre

La forma en la que recibimos la información afecta a nuestro proceso de tomad de decisiones y lo vamos a ver con un ejemplo muy claro:

¿Prefieres una rebaja del 30%, es decir un producto que normalmente cuesta 3 pasaría a costar 2, o una oferta de “pagas 2 y te llevas 3”?

Probablemente te decantarías por el 3X2, aunque estarías gastando lo mismo por cada unidad, sin embargo ¡tu intención no era comprar el triple! Y es lo que normalmente acaba pasando.

¿Prefieres un tipo de interés fijo del 2% durante toda la vida en tu Plan de Ahorro, o que te ofrezcan una bonificación (en mayúsculas) con un atractivísimo 5% durante los primeros 12 meses que pase a ser variable y prácticamente cero el resto del tiempo?

¿ES POSIBLE EVITAR LA INFLUENCIA DE ESTOS SESGOS EN NUESTRO COMPORTAMIENTO?

Como hemos visto los sesgos cognitivos o atajos mentales nos hacen la vida más fácil. Pero para tomar nuestras decisiones más importantes, es conveniente analizar fríamente la información disponible (o su falta) y los resultados más probables de cada alternativa, sin llegar a conclusiones apresuradas.

Tomar conciencia de la existencia sesgos cognitivos ya es un primer paso para conseguir esquivar la tendencia de nuestro cerebro a tomar el camino fácil.

Buscar información en contra de la opción favorita, aprender a manejar las emociones a corto plazo y, sobre todo pensar en las consecuencias a medio y largo plazo, nos ayudarán a tomar conscientemente la opción más racional y beneficiosa para nuestro futuro financiero.